viernes, 23 de septiembre de 2016

COSAS PENDIENTES

   Al finalizar el pasado curso, mi hijo de 15 años, se empeñó en ponerse "piercing" en las orejas. ¡Vaya! que quería ponerse pendientes.

   Por supuesto yo me opuse. Entiendo que a los 15 años es muy joven para hacer algo, que hasta ahora estaba reservado a las chicas, y que supone saltarse las normas de nuestra cultura.

   Pero lo cierto es que lo hice con poca vehemencia y finalmente me convenció. Así que, lo acompañé a un lugar que me inspiraba suficientes garantías higiénicas, y firmé la oportuna autorización.

   El verano, ha sido un continuo mareo de abuelos, tíos y amigos diciéndome que cómo lo he consentido. Porque para más inri los pendientes que se compró fueron de color rosa. Para bien o para mal he de decir que yo he estado de parte de mi chico, porque entiendo que un padre siempre debe estar ahí. Sobre todo si a los demás les debiera importar un carajo. Y qué narices, es que a mí me parece que está muy guapo.

   Han comenzado las clases y la mala fortuna ha querido que el tercer día de instituto, jugando al fútbol en el recreo, se enganchara un pendiente en la red de la portería y le hiciera un siete en el lóbulo correspondiente. Resultado, seis puntos  de sutura por delante y por detrás de la oreja y el consiguiente susto.

   Como no podía ser de otra manera, yo no he perdido la ocasión de decirle la típica frase de reproche: "Ves, si me hubieras hecho caso y no te los hubieras puesto no te habría ocurrido esto".

   Entonces él me contestó tranquilamente. Creo que ha sido de las pocas veces que no lo ha hecho de malas maneras. Y lo hizo con la contestación más cruel que alguien que está comenzando a vivir puede hacer a quién ha consumido buena parte de su tiempo: "Entonces ¿no debo hacer nada de lo que me guste por miedo a lo que pueda pasar?". Y me miró fijamente a los ojos.


   "¿Te duele?" - Le contesté después de unos segundos de silencio.

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