martes, 28 de noviembre de 2017

ARMARIOS VIEJOS

        Cuantos paquetes se guardan en un viejo armario. Parece mentira. Toda una vida para meter cosas y nunca un minuto para sacarlas. A Lucinia le rodaban las lágrimas mientras buscaba las pastillas de dormir y la botella de ginebra bajo las bolsas de ropa amontonadas.

        Sonrió al ver su letra infantil en los versos grabados en su madera interior. Recordó los cuentos de mamá y miró por el suelo de la habitación lo que fue ese armario y su vida desparramada: 

        Aquel mueble fue su casita de chocolate, coche de cenicienta, hogar del cerdito trabajador, tripa del buey que se mueve donde no nieva ni llueve, confesionario de primera comunión, escondrijo para su diario, para sus confidencias con su mejor amiga Juanita, para sus cartas de amor infantil, rincón de lágrimas adolescentes, las del primer desengaño, escondite de aquel chico que llevó a casa,  refugio en sus  peleas con papa, agujero para su paquete de tabaco, las revistas de actores, las medias de seda y las bragas de encaje, la percha con el vestido de luto para mama, su primer contrato de taquillera del metro, el traje de boda, el cajón de la ropita del niño, de los pañales de papa (pobre, que vergüenza le daba), los regalos de reyes, la toga de graduación de Juanito, la carpeta de los papeles del divorcio, de las cartas de Juanito desde América con su padre, del testamento de papa, los documentos de la jubilación, los álbumes de fotos sepia manoseadas, el grueso paquete de sobres con ribete negro (pobre Juanita), el historial clínico....

        Volvió la cabeza y suspiró. Su Mariquita Perez se veía muy sola en aquella gran cama fría y púlcramente hecha. La tomo en sus brazos.

        Estiró el papel arrugado de la mesilla y leyó de nuevo las últimas palabras del diagnostico: 

.... fase avanzada.


        Cerró el armario por dentro y se acurrucó en su rincón preferido. Seguía oliendo a lilas.

viernes, 10 de noviembre de 2017

EDEN

     "¿Qué será lo que le ponía su madre?". Aquel novato de Acnur, miraba a un niño desnudo sobre la mesa. A su madre la enterraron por el camino, en algún lugar de Grecia, cuando ya se pensaba a salvo tras cruzar el Egeo. En Europa, donde la gente es compasiva y bondadosa.

     Y el bebé quedó dentro de aquel cajón que hacía de cuna, hasta llegar al campo de refugiados. Y luego otro día entero hasta que empezó a oler en el carro de los equipajes.

 - ¿Nadie lo oyó llorar? - Pero en Idomeni los llantos son como el viento sobre las hojas en un bosque. Un ruido de fondo que nadie escucha.

     Fue la novatada. Con lágrimas en los ojos, inquirió a su jefe. - Vamos, no podemos enterrarlo desnudo.

     - No te preocupes chico. Ya hemos avisado. - Aparecieron dos policías con guantes y mascarillas. Sin mediar palabra metieron el cuerpo y las ropas en una bolsa negra y salieron de la tienda tranquilamente. Hacía tiempo que por allí ya no iban periodistas.