miércoles, 15 de abril de 2020

LA OFRENDA






No recuerdo mi edad en aquel momento, pero nunca olvidaré su cara aunque no lo haya vuelto a ver.

Fue una amistad de esas que surgen de una tarde de copas y soledad. En el centro de Madrid, dando un paseo hacia ninguna parte. Mis pies de forma automática me llevaron a los soportales de Aurrerá. Había un local nuevo y el portero me invitó a entrar y a la segunda cerveza. Solo había hombres dentro. Pensé tomarme las cervezas y largarme. No por nada en especial, pero nunca me han atraído los lugares sin alguna fémina donde distraer la mirada.

Pero mi compañero de barra comenzó a darme la chapa. Sobre lo que había en televisión....no recuerdo bien. Me invitó a otra cerveza.....El caso es que acabamos en el cuarto de atrás del bar junto con otros cuantos parroquianos.
Era una reunión pequeña en un cuarto angosto. Todos parecían conocerse. Mi amigo me presentó como si fuésemos colegas de toda la vida. La habitación era agobiante, tan estrecha que podría decirse que era un pasillo. No entendí muy bien para qué, pero el caso es que fui elegido para algo al día siguiente.

Estaba mareado, mi acompañante se ofreció a llevarme a casa en su coche y yo lo agradecí, aunque prudentemente no le di la dirección concreta. Nos despedimos quedando en el mismo lugar al día siguiente al amanecer.

Por la mañana cuando salí de casa me estaba esperando en la esquina de mi calle.  Inmediatamente me ofreció un chupito de aguardiente que acepté. Estaba bueno. Dulce y fuerte. Sabía a licor de ortigas. Por el camino me fue poniendo al día. El pueblo donde íbamos estaba apartado y tenía algunas cosas curiosas. Por ejemplo la alimentación. Siempre  se comía lo mismo. Por la mañana se desayunaban huevos crudos de gallina. A media mañana una especie de potaje hecho con arroz, pimientos y una legumbre de la que no recuerdo el nombre junto con un tipo de tubérculo semejante a la patata.
A medio día no se comía nada. Por la tarde carne macerada en grasa de cerdo y hierbas aromáticas y siempre, siempre se bebía té por la noche.

Estuvimos todo el día en la carretera y llegamos al anochecer. La gente estaba dispersa en un campo con forma de estrella y rodeado por un muro enorme que impedía la visión desde el exterior. Un pájaro lo sobrevolaba haciendo círculos siempre en el mismo sentido. Había muchas mujeres, de todas las edades y vestidas de blanco. Y cada una de ellas llevaba un pajarillo en el hombro.  Un cuervo tironeaba el pelo a las niñas y cada vez que eso ocurría ella le daba un pedazo de comida de su plato. El pájaro iba engordando poco a poco y hundía el pico en las tazas, como si descargara sobre ellas su saliva.

Había un hombre sentado en el centro de la estrella y servidores que atendían a todo el mundo. pero ellos no se ocupaban de él. En un momento dado aquel hombre grande gordo y completamente hirsuto se levanto. Apareció una comitiva con instrumentos y plumas. Cantaban y reían. Yo estaba boquiabierto. Apenas tenía resuello para hacer ni decir nada. Mi amigo que había desaparecido hacía rato me aproximó un vaso de té  y ya no pude recordar nada hasta que me desperté con una música estridente y entonces el ambiente cobró más ánimo.

Me di cuenta que estaba vestido con una túnica azul y no tenía nada debajo. El cuervo estaba en mi hombro y graznaba. Las mujeres pasaban frente a mí y bajaban las manos hasta mis ingles y acariciaban mi sexo de forma brutal. Yo las sonreía y daba las gracias sin poder evitarlo, aunque mis pensamientos intentaban resistirse. Vi que las dos últimas de la fila eran niñas de no más de doce años. Mi ética y educación no podía por menos de resistirse a aceptar aquello. Se aproximaban y yo no paraba de sentir aquella excitación que reventaba mi sexo y seguía agradeciendo las caricias con sonrisas y besos. Entonces llegaron las púberes. Yo estaba a punto de dejarme ir de placer. Se levantaron la capucha, retiraron la capa y pude ver que no tenían cara de niñas, parecían hombres viejos en cuerpos de mujeres adolescentes. Una de ellas agarró con fuerza mi sexo y de un solo golpe de cuchillo la otra lo segó de cuajo con gran júbilo de toda la asistencia. El cuervo tomó el miembro y lo llevó volando al hombre que dirigía la ceremonia. Yo  grité, pero curiosamente no me dolió, sino que tuve un gran orgasmo e inmediatamente perdí el sentido.

No sé el tiempo que pasó. Escuché un graznido de cuervo. Cuando desperté en mi cama, bajé las manos a mi entrepierna y el pájaro aun estaba allí.





lunes, 13 de abril de 2020

DIARIO DE UNA FAVORITA



7 de Octubre.
Soy su favorita. Siempre me ha preferido, aunque mi piel se ha ido oscureciendo con el paso del tiempo y con el roce de sus manos y su lengua. 
En el harén somos siete de distintas medidas y grosores. Pero yo soy más alta y mi cabeza siempre sobresale del resto. En cada ocasión, su mano me elige la primera y solo si necesita otra en algún momento en que a mí me tiene ya pringosa busca una segunda paleta.
Somos todas de madera. El cocinero nos tiene desde hace infinidad de tiempo en un habitáculo redondo junto a los fogones. Yo lo he acompañado casi desde que era aprendiz y conozco la suavidad de sus manos, el perfil de su nariz y la dulzura de su lengua mejor que nadie. Sé como contonearme dentro de los caldos para que se mezclen los sabores como desea mi enamorado cocinero y he aprendido a acercarle a su boca aquellos sorbos de guisos y postres que quiere probar. Si es un caldo y acerca sus sensuales labios entreabiertos soplo fuerte hacia ellos para que salte desde mi boca a la suya el líquido caliente. Si es una crema, formo una pequeña nuez en el borde de mi barbilla para que la recoja apenas con la punta de su lengua de fresa. Si desea olfatear un consomé exhalo el vaho desde mis labios hacia su nariz afilada.
Formamos una pareja inseparable.
Creo que me quiere más que a María. Esa camarera flacucha y esmirriada con la que cada día lo veo tontear. Es cierto que a veces me pongo celosa, sobre todo en esas ocasiones que los pierdo de vista cada mañana porque se tumban en el suelo y los oigo resoplar. 
Pero siempre cuando se acerca el medio día vuelve a mí y su lengua y sus manos son míos.
10 de Octubre
Hoy ha venido una nueva compañera al harén. Es de color verde y es pegajosa, regordeta y blandorra. 
La ha metido entre nosotras la nueva pinche. No os he hablado de ella. Tenemos una aprendiza en la cocina. Es rubia de una risa constante que exaspera. Imagino que se disgustó conmigo porque ayer la muy pava quiso usarme para probar ella una sopa, me arrimó a sus labios y yo soplé con tanta fuerza que todo el liquido ardiendo cayó sobre esas grandes tetas que asoman por el delantal. No creo que duren mucho. Está claro que a mi cocinero lo que le gustan son las cucharas y espátulas de madera y la verdad la nueva tiene un tacto un tanto desagradable y blandorro.
21 de Octubre
Hace una días que no tenéis noticias mías. Ya lo sé, pero es que estoy un poco enfadada. Mi cocinero y María no dejan de discutir y ya no se dan besos ni arrumacos. Por un lado mejor, porque ya no siento celos de ella. Creo que a su relación le queda poco.
Por lo que estoy preocupada es por la nueva. Cada vez está más por la cocina y muchas veces es la que se encarga de probar los guisos. Menos mal que no me usa a mí, sino a la nueva de plástico. Qué asco que te chupe con esos labios tan carnosos y pintados. Y luego casi mete el pecho dentro de las cacerolas de grandes que los tiene.  Mi cocinero sigue prefiriéndome a mí y aunque ahora solo prueba los platos al final, siempre está contento y felicita a la nueva. Hoy hasta le ha dado un beso.
1 de Noviembre
Hoy María ha llegado dando voces a la cocina. Le ha gritado a mi amado cocinero y se ha ido con un portazo enorme diciendo algo como “¿Es que a los hombres solo os gusta la silicona?”. No he entendido lo que ha querido decir la verdad. Mi cocinero se ha sentado un poco serio. Pero se le ha pasado enseguida cuando ha llegado la pinche.
Todo han sido sonrisas. Me he enterado que se llama Ana a fuerza de oír la voz de mi amado repitiendo: “Ana, Ana, Ana, pero Ana......”.  Entre tanta risa, se han caído al suelo como pasaba con María y después de un rato largo y muchos gritos, Ana se ha levantado colocándose el mandil sobre las tetas que se le habían salido, supongo que de esas carcajadas tan fuertes que tiene. Después ha dicho que lo que ha pasado es lo mejor. Y que un cocinero como él, no podía estar en una cocina tan anticuada y mugrienta como aquella, que tenía grandes planes para el restaurante.
Nos ha mirado con cara de asco y ha exclamado: “Por ejemplo, estas cucharas viejas de madera, son antihigiénicas, hay que cambiarlas por otras más modernas de silicona·”
Y eso fue lo último que escuché antes de caer en la oscuridad del cubo donde, tras sacar su cuchara verde, ha arrojado nuestro cesto con todo el harén de madera.
Ahora entiendo lo que dijo María. 
Yo también odio la silicona.

domingo, 12 de abril de 2020

INSOMNIO. EPISODIO CERO.




Hoy debería ser el primer día de primavera a pesar de la fecha. 

Quién puso fecha a las estaciones y nombre. Quién dijo que los días de las estaciones están seguidos. Debería ser distinto. Que cada día la radio de cada ayuntamiento dijera algo como “Buenos días, hoy es el trigésimo cuarto día de verano, todos tenemos vacaciones y podemos ir a la playa”. O "Bienvenidos al Otoño, es el momento de la añoranza y la melancolía".

O quizás mejor aun, que cada uno decidiera. Llamar al trabajo y decir al jefe “Buenos días, hoy es el peor día de invierno, ha nevado y no puedo ir a trabajar por la nieve” y quedarse en casa con tu amorcito, al lado de la chimenea abrazado en el sofá.

Quizás se acumularían al final los días de trabajo, o quizás no. Cada persona con su propia estación rodeándole. Cada ser vivo. Cada pájaro. Cada insecto. Cada planta.

Pienso que estoy imaginando algo que ya es. Algo habitual. O no es cierto que cada uno ya va a su bola. ¿Hay alguien importante para alguien? ¿Soy importante para alguien? o mejor dicho, ¿alguien es importante para mí?. Es aquello de "¿A quién le guardarías el cerdo?". Creo que solo a mi hijo. Bueno creo que a toda mi familia. Qué tiene la familia. La familia tiene tu propia estación. Cada uno de los integrantes vive la primavera o el otoño de los demás. Padres e hijos. Aunque creo que los hijos no viven el invierno de los padres hasta que no tienen sus propios hijos. Eso al menos me ha pasado a mí. Nunca me he preguntado por los sentimientos de mis padres hasta que he padecido los sufrimientos de mi hijo en mi propia alma. ¿Por qué sufren los hijos? ¿Los hacemos sufrir nosotros? ¿De verdad intentamos corregirles tanto que hacemos de su vida un infierno de angustias y complejos?.

La vida es jodida y comienza con la niñez. Aunque luego la recuerdes mejor de lo que fue. Aunque quieras vivirla de nuevo, solo sirve para sentirte gilipollas. No haber aprovechado los momentos de tu vida. Y encima quieres quitárselos a tu hijo.

Pero bueno, el agua del río sigue corriendo aunque metas un pie en la corriente. Simplemente la rodea y te deja el frío de su cauce. Quizás te quite un poco de calor y te deje un poco doloridas las pantorrillas. Con los pies azules, ateridos dentro de la corriente de la vida. La lluvia comienza a mojarte la cabeza ya sin pelo y quizás dentro de poco sin piel siquiera. Como dice mi ahijada “que más da. Todo da igual tío. ¿No te das cuenta?. Lo vivido, vivido está". Como me dice mi perro con su mirada “el bocado que me comí hoy no me lo quitarán mañana. Y el pan que guarde para mañana, no sé si me lo comeré yo, pero seguro que estará duro”. No sé lo que quiere decir eso pero suena profundo.

Esta noche la vida podría acabarse. O quizás comenzar. Podría comenzar un nuevo ciclo. Una nueva estación. Volviendo al principio, podría ser un nuevo primer día de primavera.

Deberíamos volver a poder nacer. Eligiendo quien ser. Elegir ser mujer. Estaría bien. No debe ser lo mismo cambiarse de sexo, que nacer mujer. Supongo que los sentimientos, alegrías y angustias, tendrán otra forma. O quizás simplemente con nacer otra persona ya no sean lo mismo.

Porque yo creo que me puedo poner en el lugar de los demás, pero solo puedo imaginar lo que yo sentiría si estoy en su lugar. Nunca lo que ellos están sintiendo. Eso es lo normal.  Aquello de “tu rosa, quizás sea mi verde”. No sé. ¿Mi negro puede ser rosa para alguien?

Para gustos los colores. El negro es un color estupendo por ejemplo. No sé por qué tiene esa connotación tan mala. De hecho las cosas negras se quedan con todos los colores de la luz dentro. El blanco rechaza todos. Debería ser al revés. La luna debería ser negra y el cielo de la noche blanco. O quizás sea así. Todo es una cuestión física. De radiaciones. Del tipo de película con el que estás filmando el cielo. Cada planeta brillante. Cada estrella tiene un color, pero ahora sabemos que los colores no existen. Que es nuestro cerebro el que se los inventa. ¿Será así con todo?. Los sentimientos, el amor, el odio, el sufrimiento. Bueno, no todo. El hambre y el dolor son reales. O quizás no. Pero son salvadores. Si algo no te duele morirás. Si no tienes hambre morirás. Si no amas ¿morirás? Si no sufres ¿morirás?

Quizás todo lo que nuestro cerebro se inventa esté ahí para salvarnos la vida. La vida. Vaya palabra “La vida”. Al final la vida es eso.....tener hambre, sed, saciarte, sufrimiento, alegría, dolor placer, tristeza.
Alguna vez me gustaría ser amorfo. Ser una planta. Una piedra. Vivir o debería decir estar. Por los siglos de los siglos. Transformándote cambiando, pero ¿No lo soy ya?

Si nos centramos en la física y la química, las ciencias y leyes universales todos somos eso. Polvo de estrellas. Parte del universo infinito y atemporal.



sábado, 11 de abril de 2020

LOS ZAPATOS






Mamá murió pronto.

En tres palabras se resume todo mi dolor.

Hoy sé que el dolor es relativo y que es peor perder un hijo que perder una madre. Y que con tiempo todo se supera. Y que la vida es así. Y que igual que nacemos morimos. Y que ella fue feliz. Y que debo recordar los buenos momentos. Y que.....

Cuando pierdes a tu madre con ocho años no eres consciente de lo que sientes. No asimilas el agujero vacío que se te ha formado en el estómago. Dicen del corazón, pero yo los palos de la vida siempre los he sentido ahí, en la boca del estómago. No sé si a vosotros os pasa igual.

Me llamo Susana y hoy es mi cumpleaños número treinta y seis.

Ser hija de madre soltera en un pueblo en los años 60 puede ser duro. Pero yo solo recuerdo la felicidad junto a mi madre.  Quizás ella supo resguardarme de todo lo que pudo sufrir. Hoy he regresado y aquí estoy. Sentada en su cama y mirando ese rincón.

Siempre los dejaba allí al volver del paseo hasta el siguiente domingo. Se los quitaba, los cepillaba y los colocaba en el rincón tras las cortinas. Sus zapatos de fiesta. Los que yo me ponía para bailar después de que mi madre me hubiera peinado y vestido, y en tanto ella, sentada frente a su cómoda cantaba, se maquillaba y arreglaba.

Yo miraba su parsimonia. Nunca la vi desnuda, mis recuerdos comienzan con la combinación de satén color carne o negra, poniéndose las medias, abrochándolas al liguero, el colorete, el pintalabios, los pendientes, el vestido, el último cepillado del pelo... Siempre cantando. Incluso mientras acercaba su cara al espejo hasta casi tocarlo con la nariz, y se pasaba el carmín rojo brillante por sus labios. Yo la imitaba sacando los morretes como si la fuera a dar un beso.

Solo paraba de cantar, para pedirme los zapatos que yo había cogido de aquel rincón y dentro de los que bailaba trastabillándome en cada vuelta.

Esos zapatos.

Con 15 años intenté volvérmelos a poner, pero fui incapaz de tocarlos. 

Margarita, los limpiaba y los volvía a colocar cuidando que yo no estuviera presente. Pobre tía Margarita. Al día siguiente del entierro, la abuela le dijo que recogiera la ropa de mamá de la habitación . Cuando tocó los zapatos me puse a gritarle y a pegarle como una endemoniada. Bueno eso me contaron. Yo no recuerdo nada. Y los zapatos quedaron allí. Yo me quedé con la abuela y heredé la habitación de mamá.

Luego me fui a estudiar el bachillerato a Madrid. Después la Universidad. La abuela murió.  Un mal día conocí a Juan, me trasladé a vivir a su casa y dejamos de venir al pueblo. No sé como ocurrió. Creo que nunca lo he querido. Quizás me sentía fea, no deseada, mi última oportunidad, ¡qué sé yo!.

Durante cinco años aguanté todo de él. Su posesión, sus humillaciones, incluso algún golpe.... 

Bueno, esta parte de mi vida quizás os la cuente en otro momento. Ahora no viene al caso.

Lo importante es que ayer me enteré que estaba embarazada. Cuando el ginecólogo me lo confirmó volví a tener esa sensación de vacío en el estómago y por supuesto no le dije nada a Juan. Para ser sincera, ni siquiera sé si es suyo. En la cama junto a sus ronquidos recordé mi infancia  junto a mamá.  Y entonces me vinieron a la mente los zapatos.

Esos zapatos.

Casi de forma inconsciente me he descalzado, me acerco al rincón y los tomo en mis manos. Si pensáis que me tiemblan, estáis equivocados. Y mi estómago está pletórico. Ahora sí que es mi corazón el que late con fuerza. 

Me siento en la cama y me los calzo.

Tienen un poco de polvo, pero me quedan perfectos.