domingo, 31 de enero de 2016

SOY UN ADICTO




Han llegado las seis de la tarde.

Apago mi ordenador, me quito la corbata, me pongo mi pendiente y me despido de los compañeros que se quedan en el puesto de trabajo.

La semana pasada María, la secretaria del director, me dijo que se esperaba más de mi y que la prorroga de mi contrato en prácticas que se termina dentro de dos meses está siendo cuestionada.

Creo que eso nos lo han dicho a todos, porque Antonio y Pedro que entraron en mi promoción, ya no vienen conmigo en el metro hacia el barrio.

Me dan envidia, ellos tienen todo el tiempo para dedicarlo a su profesión y parece que les gusta, Pero yo no puedo quedarme. Yo no tengo esa disponibilidad. Tengo otras obligaciones. Por la tarde tengo que jugar al fútbol con mis amigos y tocar con mi grupo de música.

La verdad es que me gustaría dedicarle más tiempo al trabajo, pero tengo miedo de perder mi puesto de titular en el equipo y en mi banda de rock and roll.

jueves, 21 de enero de 2016

DIA DE PAGA



" El lunes comienzo" – Pensó Mateo mientras se miraba al espejo del cuarto de baño.

Era un espejo pequeño. Margarita su mujer, quería poner un espejo más grande, pero él no veía sentido a gastarse dinero en eso. ¿Para qué?. En un cuarto de baño, tenían bastante con el armarito de tres puertas con espejo en cada una, que además le servía para verse las mejillas al afeitarse cuando abría las laterales.

Se separó un poco, se puso de perfil e inclinó el cuello hacia el cristal para intentar verse el cuerpo entero. O al menos el abdomen, que metió hacia adentro inspirando y trasladando el aire hasta el pecho. Al tiempo se pellizcó los pliegues de la tripa que no consiguió disimular.

“Con un poco de constancia, seguro que en un mes hago que desaparezca esto". – Siguió pensando - “Y esta vez lo consigo, porque tengo un buen aliciente”.

Como si fuera un futbolista que acaba de marcar un gol, subió los dos puños a la altura de la cara a modo de boxeador y los movió levemente y de forma rápida adelante y atrás, mientras se gritaba a sí mismo “siiiii”. Una sensación de satisfacción recorrió su cuerpo y le hizo sonreír.

Continuó afeitándose con más esmero que nunca,  diciéndose, que se lo merecía. Se merecía un poco de buena suerte.

Después de catorce años, aguantando un matrimonio aburrido con dos gemelas. Porque si al menos hubiera tenido un varón con el que jugar al fútbol o irse a hacer deporte o salir a cazar..... Pero fueron dos chicas. Y además de lo más ñoñas y parecidas a su madre.

Joder como había cambiado Margarita. ¡Es que fue inmediato!. Casarse, tener las dos gemelas y volverse insípida y aburrida. Y gorda porque nunca hizo nada por recuperarse de los kilos que cogió en el embarazo.... En ese momento vio las grandes bragas-faja colgadas de la ducha. Las cogió y las escondió en un cajón del mueble de baño. “Debo recordar volver ponerlas ahí esta noche”, y para no olvidarlo, puso con ellas el colutorio que usaba antes de acostarse.

Margarita se había ido ayer viernes con las niñas al pueblo a casa de los abuelos. Habían quedado en que él iría el domingo a recogerlas. Este sábado le tocaba trabajar en los almacenes donde era encargado de planta y no podía ir al cumpleaños de su suegro.

“Joder por fin un poco de suerte”. - Y se le vino a la cabeza la imagen de Lucrecia. Con veintitrés años, que distinta era de Margarita. Es verdad que era joven, pero muy madura mentalmente y aunque él era quince años mayor que ella, Mateo no veía que desentonaran como pareja cuando caminaban juntos. 

Ella habitualmente vestía el uniforme de la tienda, y él aun tenía bastante pelo. “Además en un mes estaré mucho más estilizado” se dijo dándose dos palmaditas en el estómago y sonriendo de nuevo al espejo.

Terminó el afeitado, eliminó el jabón sobrante de la cara y aunque aun no había agotado su “aftersave” habitual, estrenó la crema que le compro Margarita para su cumpleaños hacía una semana. También sacó del estuche de regalo la colonia, y la dejó preparada para ponerse de ella tras la ducha.

Ya eran las siete de la tarde. Se conectó a Internet y llamó a través del servicio que habían contratado para no dejar rastro en la factura de los teléfonos. “Que hábil soy” se autoaduló mentalmente. Siempre tenía mucho cuidado en no pagar con tarjeta los regalos que pudieran ser comprometedores, y en que no quedara registro de sus contactos telefónicos. Lucrecia se lo había sugerido, así que hablaban de forma anónima a través de la red.

-        ¿Si? – Escuchó la voz de Lucrecia en los auriculares.
-        Hola cielo ¿Cómo vas?. – preguntó Mateo
-        Hola cariño. Ya estoy esperándote. Te he preparado una sorpresa. – Mateo notó en ella una voz picara y sensual.
-        Ufffff. No quiero ni imaginarlo. – E intentó poner un tono lo más seductor posible. – ¿Nos vemos en el café Comercial a las ocho?.

A ambos les gustaba ese café. El bullicio y los recovecos que tiene les permitían sentarse de forma totalmente anónima, a salvo de encuentros no deseados.

Mateo se vistió con una apariencia lo más juvenil posible. Unos pantalones azul marino de algodón de corte vaquero y una camisa también vaquera con dibujo de filigrana en los bolsillos del pecho. Se la había comprado Margarita hacía casi un año y solo se la había puesto una vez casi obligado por ella.

Antes de salir dio una vuelta a la casa, colocando todo de la forma más cuidadosamente descuidada que pudo, y escondiendo todo lo que pudiera hacer referencia a su mujer. Aunque tuvo cuidado en dejar las fotos de sus hijas. Siempre había presumido de amor paternal ante Lucrecia.

Tomó el metro y llegó a la glorieta de Bilbao un cuarto de hora antes de las ocho. Pasó por el cajero automático y comprobó que le habían ingresado el sueldo, así que sacó doscientos euros para poder pagar en efectivo lo que gastara.

Después entró en El Comercial y se sentó en la sala de la izquierda tras la escalera que sube al nivel superior. Ese era su sitio preferido y por suerte había mesa libre. Pidió un schwepps de limón para no estropear su aliento fresco y esperó nervioso.

Cinco minutos después se plantó ante él una joven vestida con lo que parecía un uniforme de colegio.

-        Hola papi – Le dijo, metiéndose un mechón de su negra cabellera en la boca con una mano enfundada en un guante blanco. Sus caderas se movían con la cadencia de una colegiala que recita la lección.

-        ¡Lucrecia! – Exclamó Mateo cuando la reconoció.

-        ¿Te gusta la sorpresa? – Y sonriendo, ella hizo un giró rápido haciendo que su corta falda tableada y de cuadros, mostrara aun más sus muslos.

Mateo estaba prácticamente hipnotizado:

-        Uuuufffff,  - resoplo – No sé que decir. Estás explosiva – Y mientras Lucrecia se sentaba a su lado y le daba un beso en los labios, no pudo evitar mirar su escote. Bajo la camisa blanca se mostraban rebosantes parte de sus pechos y la puntilla del sostén que los estrujaba.

-        ¿No me habías dicho que hoy estabas solo en casa?. – le soltó con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas de sus intenciones- Podíamos ir allí a pasar la tarde juntos.

Mateo no podía creerlo. Esos eran sus planes, pero no podía imaginar que sería ella quién se lo propondría tan decidida. Desde que coincidieron en el metro hace tres meses en el retorno del trabajo, Lucrecia siempre había sido muy atrevida y activa. Eso le gustaba. Hoy hacía cuatro semanas que ella misma le había dicho que le resultaba muy atractivo y él la había invitado a una cerveza en el Comercial, a dos manzanas de la casa donde ella vivía con una hermana.

Desde entonces solo habían hecho arrumacos y algún amago que no había llegado a obtener más que un beso en los labios y tocarse sobre la ropa. No habían tenido ocasión para más. Pero la suerte se había aliado con él, y Margarita había aceptado sin ninguna pega dejarle solo el sábado.

Mateo abrió la puerta de su piso absolutamente nervioso y después de cerrar, se lanzó literalmente sobre Lucrecia. La agarró por la cintura e intentó besarla en la boca.

-        ¡Eh! ¡eh! Espera..... Calma.... – Se zafó ella cariñosa y sensual – Me gusta jugar un poco.

-        A mí también – Sonrió Mateo. – Sobre todo con esa ropa que llevas.

-        ¿Te gustaría ver lo que llevo dentro? – Lucrecia, se puso de espaldas y se levantó la falda enseñando por menos de un segundo sus nalgas y su ropa interior blanca.

-        Eres una niña mala –  Sintió que había dicho una frase vulgar de película de destape de los años 70.

Lucrecia puso acento meloso y se sentó en un sillón:

-        Tú eres el malo profe. – El sillón era bajo y ella con los pies separados y apoyados en el suelo comenzó a juntar y separar sus rodillas. La falda quedaba sobre sus muslos y como si fuera una cortina, con cada movimiento ocultaba y dejaba adivinar la braga blanca al fondo del pasillo que formaban sus piernas.

Mateo estaba hipnotizado.

-        ¿Quieres quitármelas profe?.

Él se arrodilló delante de aquellas largas piernas. Lucrecia juntó las rodillas mientras Mateo ponía sus manos en la parte exterior de las pantorrillas brillantes y torneadas. Comenzó a ascender por los muslos bajo la falda. Estaba extasiado. No recordaba que nunca hubiera sentido esa suavidad de carne cálida y firme. Sus dedos llegaron a las caderas y allí encontraron el borde elástico de la prenda buscada. Agarró con ambas manos el elástico de las bragas y tiró hacia sí lentamente.

Miró a Lucrecia a la cara. Tenía su pequeño bolso en el regazo y su escote se mostraba entre la cinta que lo sujetaba a su cuello. Estuvo tentado a sacar una mano para desabrocharle la camisa, pero Lucrecia gimió y levantó el culo para facilitar la salida de sus bragas. Mateo tiró de ellas lentamente esperando con autentica ansia que apareciera la prenda al borde de la falda.

Por fin asomó por encima de las rodillas y Lucrecia separó un poco las piernas. Eso le permitió ver el dibujo infantil que había sobre la tela blanca de la prenda íntima. Un par de margaritas una roja y otra azul se cruzaban en la tela de algodón.

Sonrió y se iba a lanzar a morderla, cuando su mente retrocedió diez años y recordó ese dibujo en otra prenda igual. Fue aquel día borroso de borrachera en que él y sus amigos se divirtieron con la hija del vaquero del pueblo mientras ella sollozaba y suplicaba que la dejaran.

Volvió a la realidad y levantó la vista para mirar a Lucrecia a la cara. Pero sus ojos se quedaron prendidos de la oscuridad del cañón del revolver que lo apuntaba por delante de aquel exuberante escote.

Entonces escuchó la voz pausada de Lucrecia. La rabia en su timbre árido y duro, desconocido hasta ahora, le desgarró el oído:

-        ¿Las recuerdas verdad?. Yo tampoco he olvidado tus manos al quitármelas.

Mateo bajó la cabeza y volvió a mirar el dibujo.

Oyó un estampido y vio como las dos margaritas se convertían de sopetón en un manchón rojo.

No tuvo más tiempo. Ni siquiera para borrar la estúpida sonrisa que se quedó congelada en su cara.