En tres palabras se resume todo mi dolor.
Hoy sé que el dolor es relativo y que es
peor perder un hijo que perder una madre. Y que con tiempo todo se supera. Y
que la vida es así. Y que igual que nacemos morimos. Y que ella fue feliz. Y
que debo recordar los buenos momentos. Y que.....
Cuando pierdes a tu madre con ocho años no
eres consciente de lo que sientes. No asimilas el agujero vacío que se te ha
formado en el estómago. Dicen del corazón, pero yo los palos de la vida siempre
los he sentido ahí, en la boca del estómago. No sé si a vosotros os pasa igual.
Me llamo Susana y hoy es mi cumpleaños
número treinta y seis.
Ser hija de madre soltera en un pueblo en
los años 60 puede ser duro. Pero yo solo recuerdo la felicidad junto a mi
madre. Quizás ella supo resguardarme de
todo lo que pudo sufrir. Hoy he regresado y aquí estoy. Sentada en su cama y
mirando ese rincón.
Siempre los dejaba allí al volver del
paseo hasta el siguiente domingo. Se los quitaba, los cepillaba y los colocaba
en el rincón tras las cortinas. Sus zapatos de fiesta. Los que yo me ponía para
bailar después de que mi madre me hubiera peinado y vestido, y en tanto ella,
sentada frente a su cómoda cantaba, se maquillaba y arreglaba.
Yo miraba su parsimonia. Nunca la vi
desnuda, mis recuerdos comienzan con la combinación de satén color carne o
negra, poniéndose las medias, abrochándolas al liguero, el colorete, el
pintalabios, los pendientes, el vestido, el último cepillado del pelo...
Siempre cantando. Incluso mientras acercaba su cara al espejo hasta casi
tocarlo con la nariz, y se pasaba el carmín rojo brillante por sus labios. Yo
la imitaba sacando los morretes como si la fuera a dar un beso.
Solo paraba de cantar, para pedirme los
zapatos que yo había cogido de aquel rincón y dentro de los que bailaba
trastabillándome en cada vuelta.
Esos zapatos.
Con 15 años intenté volvérmelos a poner,
pero fui incapaz de tocarlos.
Margarita, los limpiaba y los volvía a
colocar cuidando que yo no estuviera presente. Pobre tía Margarita. Al día
siguiente del entierro, la abuela le dijo que recogiera la ropa de mamá de la
habitación . Cuando tocó los zapatos me puse a gritarle y a pegarle como una endemoniada. Bueno eso me contaron. Yo no recuerdo nada. Y los zapatos quedaron
allí. Yo me quedé con la abuela y heredé la habitación de mamá.
Luego me fui a estudiar el bachillerato a
Madrid. Después la Universidad. La abuela murió. Un mal día conocí a Juan, me trasladé a vivir
a su casa y dejamos de venir al pueblo. No sé como ocurrió. Creo que nunca lo
he querido. Quizás me sentía fea, no deseada, mi última oportunidad, ¡qué sé
yo!.
Durante cinco años aguanté todo de él. Su posesión,
sus humillaciones, incluso algún golpe....
Bueno, esta parte de mi vida quizás os la
cuente en otro momento. Ahora no viene al caso.
Lo importante es que ayer me enteré que
estaba embarazada. Cuando el ginecólogo me lo confirmó volví a tener esa sensación
de vacío en el estómago y por supuesto no le dije nada a Juan. Para ser
sincera, ni siquiera sé si es suyo. En la cama junto a sus ronquidos recordé mi
infancia junto a mamá. Y entonces me vinieron a la mente los zapatos.
Esos zapatos.
Casi de forma inconsciente me he
descalzado, me acerco al rincón y los tomo en mis manos. Si pensáis que me
tiemblan, estáis equivocados. Y mi estómago está pletórico. Ahora sí que es mi
corazón el que late con fuerza.
Me siento en la cama y me los calzo.
Tienen un poco de polvo, pero me quedan
perfectos.
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