lunes, 2 de noviembre de 2015

CITA EN POLVORANCA




Estoy tumbado sobre el sofá y miro la combinación de muebles en la habitación. Sus colores vivos que le gustaban a mi mujer. Y el sofá de color rojo que contrasta con el amarillento crudo de la pared. Hacía tiempo que no me sentía tan relajado.

Acabo de regresar del parque Polvoranca. He estado corriendo un poco, ya que dicen que es bueno para la salud. Hoy es el tercer día alterno que salgo a hacerlo y aunque voy a un paso más bien lento y pesadote, como corresponde a una persona de más de 50 años de óxido, la idea es ir poco a poco mejorando.

Ha amanecido un buen día para ello. El cielo nuboso y gris pero alto, permitía prever que a pesar de que el sol no iba a aparecer, tampoco llovería. Y aunque el ambiente era plomizo yo estaba de buen humor y dispuesto a dar una vuelta completa al embalse de Mari Pascuala, que por si no lo sabéis, es el nombre del lago del parque.

Pantalón corto de deporte azul, camiseta ancha de algodón gris y zapatillas deportivas, podría decirse que iba con indumentaria tradicional antigua. Ahora los corredores van con ropas de colores vivos y se llaman "raners".

Para dar una nota de modernidad, me he colocado el móvil en el brazo, con una especie de brazalete al efecto que me he comprado, y me he puesto los cascos en los oídos. El tono de la música apenas audible, ya que me gusta escuchar lo que sucede a mi alrededor.

Pues con estas trazas salí de casa y comencé a trotar, sintiendo un poco de frio, la verdad. Pero bien sabía que iba a entrar en calor rápidamente.

Una vez pasada la puerta principal del parque desde Leganés, tomo el camino lateral izquierdo que se dirige en línea recta al estanque. Más o menos a la mitad de este trayecto oigo unas risas estridentes tras de mí, si lo conocéis, exactamente al pasar ante el centro de estudios de aves.

Ni siquiera giro la cabeza, ya que aprecio que son risas jóvenes e imagino que pasarán como una exhalación a mi lado.  Sin embargo tras unos cincuenta metros, comienzo a oír detalladamente los comentarios de uno y las risas que causan en otros. Vuelvo la mirada y veo que un chaval de unos 15 años con camiseta roja, va imitando mi forma de correr, haciendo una caricatura de mis pasos mientras otro tararea la música de Rocky Balboa subiendo las escaleras. Y el muy cabrón me imita bien, tengo que reconocerlo.

Cuando se da cuenta que lo estoy mirando, me dice, "Que pasa abuelo, ¿entrenando para el maratón de San Silvestre?". Los otros tres jóvenes de la misma edad que le acompañan se parten de risa. Yo los he sonreído y me he limitado a levantar las cejas en señal de resignación. 

En esto seguimos corriendo y ya estamos comenzando a dar la vuelta al lago. El lugar es más bien solitario, entre árboles, patos y ocas que picotean el césped al lado del camino. Otro de los muchachos suelta con cierta gracia, (que maldita la que me hace a mí):  "pues primero deberá curarse las almorranas, que las debe tener hinchadas según corre". Las carcajadas de los otros me causan cierta vergüenza y seguramente sonrojo en mi cara.

Aprovechando que hay un banco a la izquierda del camino, me paro a recuperar el aliento, y apoyo mis manos en las rodillas agachándome un poco. Cuando pasan a mi lado el de la camiseta roja, se dirige hacia mí con cierto aire macarra. 

Inconscientemente tapo mi móvil que es lo único que llevo de valor, pero se limita a darme dos golpecitos medio colleja, medio cachete, que como no me esperaba, me dejan un poco asustado. "Descanse abuelo que ya ha cumplido hoy. Seguro que esta noche duerme bien", me suelta mientras se alejan.

Entonces me he sentado en el banco y he respirado tranquilo mientras los veía acelerar el paso y los oía como seguían riendo.

No sé el tiempo que estuve sentado. Sin pensar en nada, o pensando en algo, o sintiéndome ridículo o incluso viejo efectivamente. Mi perfil físico ha sido siempre atlético y no recuerdo que nadie se haya metido conmigo de forma tan agresiva.
Por desgracia los muchachos dieron la vuelta al lago y regresaban otra vez por mi izquierda. Cuando los veo, ya es tarde y se dirigen hacia mí. Me quedo sentado un poco tembloroso y temeroso de lo que pueda pasar. 

Al llegar a mi altura el de la camiseta roja levanta su mano y yo hago lo mismo con mi brazo izquierdo para cubrirme. La artritis reumatoide que arrastro en ese hombro me produce un dolor punzante. Pero mi brazo derecho conserva toda su fuerza y vigor, así que en un movimiento inesperado agarro al chico por el pescuezo y haciendo presa en él, rodamos al suelo, con gran revuelo de los patos y gansos que nos rodeaban.

Apretando y haciendo que notara la estrangulación aprendida en mis años de militar, con mi mano izquierda saqué el machete de la legión que siempre me acompaña. En un solo movimiento se lo puse debajo de la nariz, de forma que él sintiera su filo y sus amigos vieran el brillo de aquella hoja de cuarenta centímetros.

- "Di a tus amigos que se vayan o te juro que te rebano la nariz". El chico estaba en estado de shock y tuve que aflojar un poco la presa para que pudiese hablar.

 Se lo repetí 

- "Que se vayan coñó"-  grité.

- "Iros por favor iros". Balbuceó el muchacho.

No pude contenerme y le corregí:

 - "Se dice idos, ¡joder!. Es imperativo, ¿no os enseñan nada en el colegio?".-  Siempre me ha fastidiado el mal uso del infinitivo en su lugar.

- ¿Qué edad tienes? - Le pregunté.

- Dieciséis - tartamudeó él,

- Yo tengo cincuenta y seis - Continué poniendo voz paternal - Justo cuarenta años más. Te voy a plantear un desafío. Tú te ríes de mi, pero me gustaría verte a mi edad. Te reto a una carrera. Aquí dentro de cuarenta años, ¿qué te parece?.

El chaval debió pensar que estaba loco. Puede que lo esté un poco. Diez años viviendo solo dan para tener muchas locuras en la cabeza.

- Dime ¿aceptas? - Y le apreté el filo contra su incipiente bigotillo.

- Vale - Me contestó, supongo que pensando que le soltaría.

- Pero cuarenta años es mucho tiempo. Voy a hacer algo para que no se te olvide la fecha - dije mientras con el machete cortaba su camiseta. Puse mis piernas sujetando sus brazos y sentado a horcajadas en su estómago, comencé a grabar con la punta del cuchillo en su pecho 01/10/2055. El chico gritaba al principio y era complicado. Los dígitos del día y del mes quedaron un poco torcidos, pero el año quedó perfecto después de que se desmayara al notar el frio del acero sobre el hueso del esternón.

Limpié un poco la sangre del pecho con su camiseta, y pensé "Lo tenía que haber grabado al revés para que se lo vea bien en el espejo".  Pero como no podía borrarlo, lo dejé así. Limpié también  el cuchillo y puesto que ya había descansado un poco, regresé con el paso más ligero que pude, intentando cerrar un poco las piernas para disimular que efectivamente padezco de hemorroides.

Que placer tomar una ducha caliente después del ejercicio. El agua resbalaba por mi cuerpo y mis manos, y dejaba regueritos sonrosados sobre el blanco de la bañera. 

- "¿Donde he dejado el machete?- pensé -  Espero no haberlo perdido, lo necesitaré ahora.".

Saqué la cabeza por la cortina de la bañera y lo vi en el suelo dentro de su cinturón. Eso me tranquilizó y continué un rato más disfrutando del agua caliente y vaporosa.
Cuando salí intenté mirarme en el espejo de pared que tengo en el baño, pero estaba totalmente empañado. Lo limpié una vez pero el vapor era persistente, así que abrí la puerta y tuve que repetir la operación por tres veces. 

Por fin apareció allí mi cuerpo envuelto en el albornoz amarillo. Anudé fuerte el cinturón a la cintura y me saqué las mangas para que quedara mi pecho al descubierto.
Tomé el machete y sonriendo pensé, "aquí sí que lo grabaré al revés". Entonces apreté fuerte para que la incisión llegara hasta la misma alma, ya que el cuerpo es probable que no existiera en el 2055.

Epilogo
Como os decía al principio, estoy relajado y tumbado sobre el sofá. No me duele nada. Que acierto haber elegido el color rojo para el sofá.

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