Estoy
tumbado sobre el sofá y miro la combinación de muebles en la habitación. Sus
colores vivos que le gustaban a mi mujer. Y el sofá de color rojo que contrasta
con el amarillento crudo de la pared. Hacía tiempo que no me sentía tan relajado.
Acabo de
regresar del parque Polvoranca. He estado corriendo un poco, ya que dicen que
es bueno para la salud. Hoy es el tercer día alterno que salgo a hacerlo y
aunque voy a un paso más bien lento y pesadote, como corresponde a una persona
de más de 50 años de óxido, la idea es ir poco a poco mejorando.
Ha amanecido
un buen día para ello. El cielo nuboso y gris pero alto, permitía prever que a
pesar de que el sol no iba a aparecer, tampoco llovería. Y aunque el ambiente
era plomizo yo estaba de buen humor y dispuesto a dar una vuelta completa al
embalse de Mari Pascuala, que por si no lo sabéis, es el nombre del lago del
parque.
Pantalón
corto de deporte azul, camiseta ancha de algodón gris y zapatillas deportivas,
podría decirse que iba con indumentaria tradicional antigua. Ahora los
corredores van con ropas de colores vivos y se llaman "raners".
Para dar una
nota de modernidad, me he colocado el móvil en el brazo, con una especie de
brazalete al efecto que me he comprado, y me he puesto los cascos en los oídos.
El tono de la música apenas audible, ya que me gusta escuchar lo que sucede a
mi alrededor.
Pues con
estas trazas salí de casa y comencé a trotar, sintiendo un poco de frio, la
verdad. Pero bien sabía que iba a entrar en calor rápidamente.
Una vez
pasada la puerta principal del parque desde Leganés, tomo el camino lateral
izquierdo que se dirige en línea recta al estanque. Más o menos a la mitad de
este trayecto oigo unas risas estridentes tras de mí, si lo conocéis,
exactamente al pasar ante el centro de estudios de aves.
Ni siquiera giro
la cabeza, ya que aprecio que son risas jóvenes e imagino que pasarán como una
exhalación a mi lado. Sin embargo tras
unos cincuenta metros, comienzo a oír detalladamente los comentarios de uno y
las risas que causan en otros. Vuelvo la mirada y veo que un chaval de unos 15
años con camiseta roja, va imitando mi forma de correr, haciendo una caricatura
de mis pasos mientras otro tararea la música de Rocky Balboa subiendo las
escaleras. Y el muy cabrón me imita bien, tengo que reconocerlo.
Cuando se da
cuenta que lo estoy mirando, me dice, "Que pasa abuelo, ¿entrenando para
el maratón de San Silvestre?". Los otros tres jóvenes de la misma edad que
le acompañan se parten de risa. Yo los he sonreído y me he limitado a levantar
las cejas en señal de resignación.
En esto
seguimos corriendo y ya estamos comenzando a dar la vuelta al lago. El lugar es
más bien solitario, entre árboles, patos y ocas que picotean el césped al lado
del camino. Otro de los muchachos suelta con cierta gracia, (que maldita la que
me hace a mí): "pues primero deberá
curarse las almorranas, que las debe tener hinchadas según corre". Las
carcajadas de los otros me causan cierta vergüenza y seguramente sonrojo en mi
cara.
Aprovechando
que hay un banco a la izquierda del camino, me paro a recuperar el aliento, y
apoyo mis manos en las rodillas agachándome un poco. Cuando pasan a mi lado el
de la camiseta roja, se dirige hacia mí con cierto aire macarra.
Inconscientemente tapo mi móvil que es lo único que llevo de valor, pero se
limita a darme dos golpecitos medio colleja, medio cachete, que como no me
esperaba, me dejan un poco asustado. "Descanse abuelo que ya ha cumplido
hoy. Seguro que esta noche duerme bien", me suelta mientras se alejan.
Entonces me
he sentado en el banco y he respirado tranquilo mientras los veía acelerar el
paso y los oía como seguían riendo.
No sé el
tiempo que estuve sentado. Sin pensar en nada, o pensando en algo, o
sintiéndome ridículo o incluso viejo efectivamente. Mi perfil físico ha sido
siempre atlético y no recuerdo que nadie se haya metido conmigo de forma tan
agresiva.
Por
desgracia los muchachos dieron la vuelta al lago y regresaban otra vez por mi
izquierda. Cuando los veo, ya es tarde y se dirigen hacia mí. Me quedo sentado
un poco tembloroso y temeroso de lo que pueda pasar.
Al llegar a
mi altura el de la camiseta roja levanta su mano y yo hago lo mismo con mi
brazo izquierdo para cubrirme. La artritis reumatoide que arrastro en ese
hombro me produce un dolor punzante. Pero mi brazo derecho conserva toda su
fuerza y vigor, así que en un movimiento inesperado agarro al chico por el
pescuezo y haciendo presa en él, rodamos al suelo, con gran revuelo de los
patos y gansos que nos rodeaban.
Apretando y
haciendo que notara la estrangulación aprendida en mis años de militar, con mi
mano izquierda saqué el machete de la legión que siempre me acompaña. En un
solo movimiento se lo puse debajo de la nariz, de forma que él sintiera su filo
y sus amigos vieran el brillo de aquella hoja de cuarenta centímetros.
- "Di a
tus amigos que se vayan o te juro que te rebano la nariz". El chico estaba
en estado de shock y tuve que aflojar un poco la presa para que pudiese hablar.
Se lo repetí
- "Que se vayan coñó"- grité.
- "Iros
por favor iros". Balbuceó el muchacho.
No pude
contenerme y le corregí:
- "Se dice idos, ¡joder!. Es imperativo,
¿no os enseñan nada en el colegio?".- Siempre me ha fastidiado el mal uso del
infinitivo en su lugar.
- ¿Qué edad
tienes? - Le pregunté.
- Dieciséis
- tartamudeó él,
- Yo tengo
cincuenta y seis - Continué poniendo voz paternal - Justo cuarenta años más. Te
voy a plantear un desafío. Tú te ríes de mi, pero me gustaría verte a mi edad.
Te reto a una carrera. Aquí dentro de cuarenta años, ¿qué te parece?.
El chaval
debió pensar que estaba loco. Puede que lo esté un poco. Diez años viviendo
solo dan para tener muchas locuras en la cabeza.
- Dime ¿aceptas?
- Y le apreté el filo contra su incipiente bigotillo.
- Vale - Me
contestó, supongo que pensando que le soltaría.
- Pero cuarenta
años es mucho tiempo. Voy a hacer algo para que no se te olvide la fecha - dije
mientras con el machete cortaba su camiseta. Puse mis piernas sujetando sus
brazos y sentado a horcajadas en su estómago, comencé a grabar con la punta del
cuchillo en su pecho 01/10/2055. El chico gritaba al principio y era
complicado. Los dígitos del día y del mes quedaron un poco torcidos, pero el
año quedó perfecto después de que se desmayara al notar el frio del acero
sobre el hueso del esternón.
Limpié un
poco la sangre del pecho con su camiseta, y pensé "Lo tenía que haber
grabado al revés para que se lo vea bien en el espejo". Pero como no podía borrarlo, lo dejé así.
Limpié también el cuchillo y puesto que ya había descansado un poco,
regresé con el paso más ligero que pude, intentando cerrar un poco las piernas para
disimular que efectivamente padezco de hemorroides.
Que placer
tomar una ducha caliente después del ejercicio. El agua resbalaba por mi cuerpo
y mis manos, y dejaba regueritos sonrosados sobre el blanco de la bañera.
- "¿Donde
he dejado el machete?- pensé - Espero no
haberlo perdido, lo necesitaré ahora.".
Saqué la
cabeza por la cortina de la bañera y lo vi en el suelo dentro de su cinturón.
Eso me tranquilizó y continué un rato más disfrutando del agua caliente y
vaporosa.
Cuando salí
intenté mirarme en el espejo de pared que tengo en el baño, pero estaba
totalmente empañado. Lo limpié una vez pero el vapor era persistente, así que
abrí la puerta y tuve que repetir la operación por tres veces.
Por fin
apareció allí mi cuerpo envuelto en el albornoz amarillo. Anudé fuerte el
cinturón a la cintura y me saqué las mangas para que quedara mi pecho al
descubierto.
Tomé el
machete y sonriendo pensé, "aquí sí que lo grabaré al revés".
Entonces apreté fuerte para que la incisión llegara hasta la misma alma, ya que
el cuerpo es probable que no existiera en el 2055.
Epilogo
Como os
decía al principio, estoy relajado y tumbado sobre el sofá. No me duele nada.
Que acierto haber elegido el color rojo para el sofá.
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