con tus hijas y sus hijos prendidos
en las llamas.
Eres meseta de pan de hogaza con nata
y azúcar.
Y doradas pajas de escobetones
quemadas de una en una.
Pequeñas fugaces baritas mágicas,
consumidas
por diminutas llamas que suben hasta
mis dedos,
entre las risas de mis primos.
Y regañinas que no riñen.
Y manos que acarician.
Y dichos que nos previenen: "os
vais a mear en la cama".
Alrededor de la lumbre
risas, cuentos, silencios y grititos.
Eres sosiego mirando las llamas
Eres toda paz. Sin adjetivo.
Eres... el puchero en la lumbre baja,
rodeado de ascuas y ceniza.
Eres un fuelle que aviva,
apoyada en los morillos grises.
Y eres manos en el regazo, en esa
silla baja de espadaña
y las alpargatas asomando bajo el
faldón.
Sobre los gastados baldosines rojos
de la cocina,
mirando a los críos:
¡Otra vez con las pajitas!
¡Me vais a dejar sin escobetón!
Eres sopas de leche y pan, sorbidas
bajo una bombilla amarilla,
que se columpia de un retorcido cable
anudado
por encima de la camilla.
Eres un cesto de ropa y agujas
sentada en la solana,
y en el cuarto de coser, junto a la
ventana.
Eres un moño gris sobre una cara
borrosa
y un vestido negro con mandil.
Quiero recordar tu habla,
pero solo eres mirada pequeña,
pequeños gestos
y me llamas... pero no recuerdo tu
voz.
Eres adiós de mi madre que te besa
y tus manos arrugadas en su cara.
Te veo tras el cristal empañado
desde aquel coche verdoso alquilado que
se aleja,
y ya eres solo.... un pañuelo húmedo, apuñado ante
tu puerta,
en la noche de aquel último domingo
olvidado.