Tenemos muchos sentimientos. El odio es uno de ellos
y casi todos los sabemos reconocer.
¿Quién a los cincuenta y tantos, no ha sentido deseos
de revancha?. Pequeñas y grandes. A veces las cobramos, a veces se nos olvidan,
casi nunca las perdonamos.
La mayoría de las veces no las tomamos porque somos
vagos. Porque las venganzas exigen un gran esfuerzo.
El odio, es algo que nos define como humanos.
Cuando alguien dice, “no somos animales”, tratando
de justificar que no debemos hacer uso de nuestros instintos de venganza, o de
liberar nuestro rencor, se olvida de que casi ningún animal guarda cuentas con
otro para el futuro. Ellos se enfrentan por el aquí y ahora, pero no guardan
para mañana. O al menos yo no lo conozco.
Los humanos tomamos nota de quien nos hace daño para
cobrarnos la revancha. Algunas veces con resultados abusivos. Porque en las
hipotecas del odio el interés es de verdadera usura.
Odio. Instinto
humano.
Me
repito a mi mismo:
Soy
persona,
Soy
persona...
Pero
desde dentro de mi cabeza
el
bruto me golpea y se rebela.
Lagrimas
de rabia
me
nublan la mente.
Y
en mi pecho el ansia
me
supera y me arrastra.
Aprieto
los dientes.
...
Venas
hinchadas laten
entre
las sienes y mi frente.
...
Y
me dejo vencer.
Quiero
saber
que
la palabra mañana
no
significa ya nada
para
él.
Sentir
el calor de su sangre
abrasando
mi piel.
Quiero
con mis uñas
hacer
dos oscuras grutas en sus ojos.
Sentir
que mi mano apuña
su
aun palpitante corazón.
Abrir
de par en par su vientre.
Que
su vida se escape a borbotones
de
ríos rojos y calientes.
Gritar
sobre sus despojos.
Y
en una macabra danza,
caer
exhausto de hinojos,
henchido
de venganza
y
vacío de razón.
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