Agarrado a un borde de la mesa del salón, Juan suplico con voz entrecortada a su mujer:
- Por favor, deja el cenicero y tranquilízate.
María
histérica, lejos de soltar la gruesa pieza de cristal le espetó:
- Como te acerques te abro la cabeza con él.
-
María hablemos. Deja el cenicero y déjame que te explique.
-
No hay nada que
explicar. El carmín de esas colillas lo
explica todo.
-
Por favor cálmate
– Juan intentaba a la vez tranquilizar a su mujer, y encontrar una historia creíble,
para explicar los restos que había en
ese cenicero que les regaló su amigo Antonio el día de su boda.
Curiosamente, su mente se escapó fugaz y pensó que no
le importaría que se hiciera trizas. Improvisó una posible excusa, aunque no se atrevió a
darla como certera:
-
Ya sabes que Antonio
y su mujer estuvieron aquí anteayer y seguramente fumarían mientras yo estaba
en la cocina.
María levantó más el cenicero e hizo ademán de
lanzarlo. Juan se agacho y se cubrió la cabeza de forma inconsciente, esperando
el posible impacto.
-
Mira, mira... no
me cuentes batallas. ¿Te crees que no limpio en casa?. Además Ana no fuma, que es amiga mía.
-
Pues habrá
entrado alguien en casa mientras no estábamos. - soltó Juan sin pensar.
El cenicero voló de lado a lado del salón y se hizo añicos detrás de Juan contra la pared.
- Vale, vale....es mío.....es mío....
- Como que es
tuyo.
-
Si, - contestó
titubeando – he de confesarte que tengo una fantasía sexual. Cuando estoy a
solas me gusta vestirme de mujer.
-
¿Qué dices?. Ven
aquí – María se acercó incrédula a Juan-
¡Anda si es verdad! – dijo María, descubriendo restos de pintura en los labios
de su pareja. - Y por qué no me lo has dicho antes cariño – susurro en su oreja
mientras le mordía la ternilla y agarraba su cintura.
(Los comentarios y críticas son siempre agradecidos)
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