A las 8 de la mañana de aquel domingo de agosto, Paca estaba en la ventana como de costumbre. Se levantaba temprano. La pereza es la madre de todos los vicios le decía siempre su madre, y desde niña su jornada comenzaba a las 6 de la madrugada. Eso le permitía tener toda la casa aviada un par de horas más tarde, y aunque parecía siempre ocupada, puede decirse que se limitaba a cambiar las cosas de sitio.
Pero no perdía ojo de lo que sucedía en el patio interior de
su comunidad. Los vecinos no tenían cuidado y su máximo afán era destrozar las
cosas comunes. Sobre todo los niños que jugaban en el patio a la pelota, a
pesar de que estaba prohibido desde hacía casi una década. Y luego a gastar y a
pedir dinero para arreglos.
Por eso fue la primera en darse cuenta. Al principio fue un
hilo de humo lo que apareció en la ventana del primero, justo enfrente de su vivienda. Luego un
pequeño olor a plástico quemado. Después aparecieron las llamas.
Entonces abrió la ventana y comenzó a gritar. Era verano y
los pocos vecinos que había en el edificio, seguramente estaban aun durmiendo
tranquilamente.
Nadie salió. Todos pensaron desde sus lechos “ya está otra
vez esa loca pegando voces”. Y ni siquiera quisieron escuchar lo que decía. El
vecino del segundo, justo encima del incendio que carecía de aire acondicionado
y dormía con las ventanas abiertas, se levantó a cerrar y le espetó “cállate ya
de una puta vez y déjanos dormir en
paz”.
Un micro sobre la incomunicación, la insolidaridad y la falta de empatía propias de la sociedad actual (¿o de siempre? ). Bien reflejado. Uno no encuentra eco en sus semejantes y tiene que refugiarse en el cariño de los seres inferiores, que adquieren así superioridad emocional y rebajan a las personas a menos que brutos. Enhorabuena, Jose.
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