Cuantos paquetes se guardan en un viejo
armario. Parece mentira. Toda una vida para meter cosas y nunca un minuto para
sacarlas. A Lucinia le rodaban las lágrimas mientras buscaba las pastillas de
dormir y la botella de ginebra bajo las bolsas de ropa amontonadas.
Sonrió al ver su letra infantil en los
versos grabados en su madera interior. Recordó los cuentos de mamá y miró por
el suelo de la habitación lo que fue ese armario y su vida desparramada:
Aquel
mueble fue su casita de chocolate, coche de cenicienta, hogar del cerdito
trabajador, tripa del buey que se mueve donde no nieva ni llueve, confesionario
de primera comunión, escondrijo para su diario, para sus confidencias con su
mejor amiga Juanita, para sus cartas de amor infantil, rincón de lágrimas adolescentes,
las del primer desengaño, escondite de aquel chico que llevó a casa, refugio en sus peleas con papa, agujero para su paquete de
tabaco, las revistas de actores, las medias de seda y las bragas de encaje, la
percha con el vestido de luto para mama, su primer contrato de taquillera del
metro, el traje de boda, el cajón de la ropita del niño, de los pañales de papa
(pobre, que vergüenza le daba), los regalos de reyes, la toga de graduación de
Juanito, la carpeta de los papeles del divorcio, de las cartas de Juanito desde
América con su padre, del testamento de papa, los documentos de la jubilación,
los álbumes de fotos sepia manoseadas, el grueso paquete de sobres con ribete
negro (pobre Juanita), el historial clínico....
Volvió la cabeza y suspiró. Su Mariquita
Perez se veía muy sola en aquella gran cama fría y púlcramente hecha. La tomo
en sus brazos.
Estiró el papel arrugado de la mesilla y
leyó de nuevo las últimas palabras del diagnostico:
.... fase avanzada.
Cerró el armario por dentro y se
acurrucó en su rincón preferido. Seguía oliendo a lilas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios y críticas siempre son agradecidos.