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El lunes comienzo"
– Pensó Mateo mientras se miraba al espejo del cuarto de baño.
Era
un espejo pequeño. Margarita su mujer, quería poner un espejo más grande, pero
él no veía sentido a gastarse dinero en eso. ¿Para qué?. En un cuarto de baño,
tenían bastante con el armarito de tres puertas con espejo en cada una, que
además le servía para verse las mejillas al afeitarse cuando abría las
laterales.
Se
separó un poco, se puso de perfil e inclinó el cuello hacia el cristal para
intentar verse el cuerpo entero. O al menos el abdomen, que metió hacia adentro
inspirando y trasladando el aire hasta el pecho. Al tiempo se
pellizcó los pliegues de la tripa que no consiguió disimular.
“Con un poco de constancia, seguro
que en un mes hago que desaparezca esto". – Siguió
pensando - “Y esta vez lo consigo, porque tengo un buen aliciente”.
Como
si fuera un futbolista que acaba de marcar un gol, subió los dos puños a la
altura de la cara a modo de boxeador y los movió levemente y de forma rápida
adelante y atrás, mientras se gritaba a sí mismo “siiiii”. Una sensación de
satisfacción recorrió su cuerpo y le hizo sonreír.
Continuó
afeitándose con más esmero que nunca, diciéndose, que se lo
merecía. Se merecía un poco de buena suerte.
Después
de catorce años, aguantando un matrimonio aburrido con dos gemelas. Porque si
al menos hubiera tenido un varón con el que jugar al fútbol o irse a hacer
deporte o salir a cazar..... Pero fueron dos chicas. Y además de lo más ñoñas y
parecidas a su madre.
Joder
como había cambiado Margarita. ¡Es que fue inmediato!. Casarse, tener las dos
gemelas y volverse insípida y aburrida. Y gorda porque nunca hizo nada por
recuperarse de los kilos que cogió en el embarazo.... En ese momento vio las
grandes bragas-faja colgadas de la ducha. Las cogió y las escondió en un cajón
del mueble de baño. “Debo recordar volver ponerlas ahí esta noche”, y para no
olvidarlo, puso con ellas el colutorio que usaba antes de acostarse.
Margarita
se había ido ayer viernes con las niñas al pueblo a casa de los abuelos. Habían
quedado en que él iría el domingo a recogerlas. Este sábado le tocaba trabajar
en los almacenes donde era encargado de planta y no podía ir al cumpleaños de
su suegro.
“Joder
por fin un poco de suerte”. - Y se le vino a la cabeza la imagen de Lucrecia.
Con veintitrés años, que distinta era de Margarita. Es verdad que era joven,
pero muy madura mentalmente y aunque él era quince años mayor que ella, Mateo
no veía que desentonaran como pareja cuando caminaban juntos.
Ella habitualmente vestía el uniforme de la tienda, y él aun tenía bastante pelo. “Además en un mes estaré mucho más estilizado” se dijo dándose dos palmaditas en el estómago y sonriendo de nuevo al espejo.
Ella habitualmente vestía el uniforme de la tienda, y él aun tenía bastante pelo. “Además en un mes estaré mucho más estilizado” se dijo dándose dos palmaditas en el estómago y sonriendo de nuevo al espejo.
Terminó
el afeitado, eliminó el jabón sobrante de la cara y aunque aun no había agotado
su “aftersave” habitual, estrenó la crema que le compro Margarita para su
cumpleaños hacía una semana. También sacó del estuche de regalo la colonia, y
la dejó preparada para ponerse de ella tras la ducha.
Ya
eran las siete de la tarde. Se conectó a Internet y llamó a través del servicio
que habían contratado para no dejar rastro en la factura de los teléfonos. “Que
hábil soy” se autoaduló mentalmente. Siempre tenía mucho cuidado en no pagar
con tarjeta los regalos que pudieran ser comprometedores, y en que no quedara
registro de sus contactos telefónicos. Lucrecia se lo había sugerido, así que
hablaban de forma anónima a través de la red.
-
¿Si? – Escuchó la
voz de Lucrecia en los auriculares.
-
Hola cielo ¿Cómo
vas?. – preguntó Mateo
-
Hola cariño. Ya
estoy esperándote. Te he preparado una sorpresa. – Mateo notó en ella una voz
picara y sensual.
-
Ufffff. No quiero
ni imaginarlo. – E intentó poner un tono lo más seductor posible. – ¿Nos vemos
en el café Comercial a las ocho?.
A
ambos les gustaba ese café. El bullicio y los recovecos que tiene les permitían
sentarse de forma totalmente anónima, a salvo de encuentros no deseados.
Mateo
se vistió con una apariencia lo más juvenil posible. Unos pantalones azul
marino de algodón de corte vaquero y una camisa también vaquera con dibujo de
filigrana en los bolsillos del pecho. Se la había comprado Margarita hacía casi
un año y solo se la había puesto una vez casi obligado por ella.
Antes
de salir dio una vuelta a la casa, colocando todo de la forma más
cuidadosamente descuidada que pudo, y escondiendo todo lo que pudiera hacer
referencia a su mujer. Aunque tuvo cuidado en dejar las fotos de sus hijas.
Siempre había presumido de amor paternal ante Lucrecia.
Tomó
el metro y llegó a la glorieta de Bilbao un cuarto de hora antes de las ocho.
Pasó por el cajero automático y comprobó que le habían ingresado el sueldo, así
que sacó doscientos euros para poder pagar en efectivo lo que gastara.
Después
entró en El Comercial y se sentó en la sala de la izquierda tras la escalera
que sube al nivel superior. Ese era su sitio preferido y por suerte había mesa
libre. Pidió un schwepps de limón para no estropear su aliento fresco y esperó
nervioso.
Cinco
minutos después se plantó ante él una joven vestida con lo que parecía un
uniforme de colegio.
-
Hola papi – Le
dijo, metiéndose un mechón de su negra cabellera en la boca con una mano
enfundada en un guante blanco. Sus caderas se movían con la cadencia de una
colegiala que recita la lección.
-
¡Lucrecia! –
Exclamó Mateo cuando la reconoció.
-
¿Te gusta la
sorpresa? – Y sonriendo, ella hizo un giró rápido haciendo que su corta falda
tableada y de cuadros, mostrara aun más sus muslos.
Mateo
estaba prácticamente hipnotizado:
-
Uuuufffff, - resoplo – No sé que decir. Estás explosiva
– Y mientras Lucrecia se sentaba a su lado y le daba un beso en los labios, no
pudo evitar mirar su escote. Bajo la camisa blanca se mostraban rebosantes
parte de sus pechos y la puntilla del sostén que los estrujaba.
-
¿No me habías
dicho que hoy estabas solo en casa?. – le soltó con una sonrisa que no dejaba
lugar a dudas de sus intenciones- Podíamos ir allí a pasar la tarde juntos.
Mateo
no podía creerlo. Esos eran sus planes, pero no podía imaginar que sería ella quién se lo propondría tan decidida. Desde que coincidieron en el
metro hace tres meses en el retorno del trabajo, Lucrecia siempre había sido
muy atrevida y activa. Eso le gustaba. Hoy hacía cuatro semanas que
ella misma le había dicho que le resultaba muy atractivo y él la había invitado
a una cerveza en el Comercial, a dos manzanas de la casa donde ella vivía con
una hermana.
Desde
entonces solo habían hecho arrumacos y algún amago que no había llegado a obtener
más que un beso en los labios y tocarse sobre la ropa. No habían tenido ocasión
para más. Pero la suerte se había aliado con él, y Margarita había aceptado sin
ninguna pega dejarle solo el sábado.
Mateo
abrió la puerta de su piso absolutamente nervioso y después de cerrar, se lanzó
literalmente sobre Lucrecia. La agarró por la cintura e intentó besarla en la
boca.
-
¡Eh! ¡eh!
Espera..... Calma.... – Se zafó ella cariñosa y sensual – Me gusta jugar un
poco.
-
A mí también –
Sonrió Mateo. – Sobre todo con esa ropa que llevas.
-
¿Te gustaría ver
lo que llevo dentro? – Lucrecia, se puso de espaldas y se levantó la falda
enseñando por menos de un segundo sus nalgas y su ropa interior blanca.
-
Eres una niña
mala – Sintió que había dicho una frase vulgar de película de destape de
los años 70.
Lucrecia
puso acento meloso y se sentó en un sillón:
-
Tú eres el malo
profe. – El sillón era bajo y ella con los pies separados y apoyados en el
suelo comenzó a juntar y separar sus rodillas. La falda quedaba sobre sus muslos
y como si fuera una cortina, con cada movimiento ocultaba y dejaba adivinar la
braga blanca al fondo del pasillo que formaban sus piernas.
Mateo
estaba hipnotizado.
-
¿Quieres
quitármelas profe?.
Él
se arrodilló delante de aquellas largas piernas. Lucrecia juntó las rodillas
mientras Mateo ponía sus manos en la parte exterior de las pantorrillas
brillantes y torneadas. Comenzó a ascender por los muslos bajo la falda. Estaba
extasiado. No recordaba que nunca hubiera sentido esa suavidad de carne cálida
y firme. Sus dedos llegaron a las caderas y allí encontraron el borde elástico
de la prenda buscada. Agarró con ambas manos el elástico de las bragas y tiró
hacia sí lentamente.
Miró
a Lucrecia a la cara. Tenía su pequeño bolso en el regazo y su escote se mostraba
entre la cinta que lo sujetaba a su cuello. Estuvo tentado a sacar una mano
para desabrocharle la camisa, pero Lucrecia gimió y levantó el culo para
facilitar la salida de sus bragas. Mateo tiró de ellas lentamente esperando con
autentica ansia que apareciera la prenda al borde de la falda.
Por
fin asomó por encima de las rodillas y Lucrecia separó un poco las piernas. Eso
le permitió ver el dibujo infantil que había sobre la tela blanca de la prenda
íntima. Un par de margaritas una roja y otra azul se cruzaban en la tela de
algodón.
Sonrió
y se iba a lanzar a morderla, cuando su mente
retrocedió diez años y recordó ese dibujo en otra prenda igual. Fue aquel día
borroso de borrachera en que él y sus amigos se divirtieron con la hija del
vaquero del pueblo mientras ella sollozaba y suplicaba que la dejaran.
Volvió
a la realidad y levantó la vista para mirar a Lucrecia a la cara. Pero sus ojos
se quedaron prendidos de la oscuridad del cañón del revolver que lo apuntaba
por delante de aquel exuberante escote.
Entonces
escuchó la voz pausada de Lucrecia. La rabia en su timbre árido y duro, desconocido
hasta ahora, le desgarró el oído:
-
¿Las recuerdas
verdad?. Yo tampoco he olvidado tus manos al quitármelas.
Mateo
bajó la cabeza y volvió a mirar el dibujo.
Oyó
un estampido y vio como las dos margaritas se convertían de sopetón en un
manchón rojo.
No
tuvo más tiempo. Ni siquiera para borrar la estúpida sonrisa que se quedó
congelada en su cara.
Muy buena historia y bien narrada. Erotismo transformado en violencia. Buen guión para un corto cinematográfico. Enhorabuena.
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