A la hora de
la siesta del labrador.
Cuando las
mujeres terminan de recoger sus cocinas
y buscan el
breve descanso de tejer,
en los portales
sombríos de los hogares.
Y en la
calle
el brillo
hiriente del verano y el polvo de paja trillada
acuchillan
los ojos del atrevido paseante.
Desde la ventana de mi alcoba,
hoy también
te veo
gato gris,
buscando al abuelo.
Pero esa
espadaña suelta en su asiento,
en el sillón
vacío sin almohada,
en el lado
de la sombra del corral sin dueño,
esa espadaña
se mueve
libremente al viento.
Mayas y miras
la puerta,
el penduleo
sin fin de la cortina,
al ritmo
monótono
de la
corriente que la empuja desde dentro.
- Gato...
- ¡Si ya todos
le lloramos!.
- ¡Si ya nos
consolamos y rellenamos su hueco!.
- ¿Que pasó
contigo gato?
- ¿Se
olvidaron de ti y no te lo dijeron?
...
Y el gato gris mira inquieto,
ese viejo gato no lo sabe.
Nunca más sentirá
su aspera mano de esparto en el lomo,
ni lamerá
sus palmas de salitre,
ni rabiará
cuando le toque sus bigotes riendo.
El viejo gato gris
no quiere saberlo.
y por el tejado y la pared de adobe,
hace meses
que silencioso baja y espera.
E imagina que
la cortina se aparta,
el abuelo lo
llama "bsss" "bsss" "bssss".
Y arrebujado
en su regazo
ambos duermen
la siesta.
- Gato...
ese viejo gato no lo sabe.
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