Soy su
favorita. Siempre me ha preferido, aunque mi piel se ha ido oscureciendo con el
paso del tiempo y con el roce de sus manos y su lengua.
En el harén somos siete de
distintas medidas y grosores. Pero yo soy más alta y mi cabeza siempre
sobresale del resto. En cada ocasión, su mano me elige la primera y solo si
necesita otra en algún momento en que a mí me tiene ya pringosa busca una
segunda paleta.
Somos todas
de madera. El cocinero nos tiene desde hace infinidad de tiempo en un
habitáculo redondo junto a los fogones. Yo lo he acompañado casi desde que era
aprendiz y conozco la suavidad de sus manos, el perfil de su nariz y la dulzura
de su lengua mejor que nadie. Sé como contonearme dentro de los caldos para que
se mezclen los sabores como desea mi enamorado cocinero y he aprendido a
acercarle a su boca aquellos sorbos de guisos y postres que quiere probar. Si
es un caldo y acerca sus sensuales labios entreabiertos soplo fuerte hacia ellos
para que salte desde mi boca a la suya el líquido caliente. Si es una crema,
formo una pequeña nuez en el borde de mi barbilla para que la recoja
apenas con la punta de su lengua de fresa. Si desea olfatear un consomé exhalo
el vaho desde mis labios hacia su nariz afilada.
Formamos una
pareja inseparable.
Creo que me
quiere más que a María. Esa camarera flacucha y esmirriada con la que cada día
lo veo tontear. Es cierto que a veces me pongo celosa, sobre todo en esas
ocasiones que los pierdo de vista cada mañana porque se tumban en el suelo y
los oigo resoplar.
Pero siempre cuando se acerca el medio día vuelve a mí y su lengua y sus manos son míos.
Pero siempre cuando se acerca el medio día vuelve a mí y su lengua y sus manos son míos.
10 de Octubre
Hoy ha
venido una nueva compañera al harén. Es de color verde y es pegajosa, regordeta
y blandorra.
La ha metido entre nosotras la nueva pinche. No os he hablado de ella. Tenemos una aprendiza en la cocina. Es rubia de una risa constante que exaspera. Imagino que se disgustó conmigo porque ayer la muy pava quiso usarme para probar ella una sopa, me arrimó a sus labios y yo soplé con tanta fuerza que todo el liquido ardiendo cayó sobre esas grandes tetas que asoman por el delantal. No creo que duren mucho. Está claro que a mi cocinero lo que le gustan son las cucharas y espátulas de madera y la verdad la nueva tiene un tacto un tanto desagradable y blandorro.
La ha metido entre nosotras la nueva pinche. No os he hablado de ella. Tenemos una aprendiza en la cocina. Es rubia de una risa constante que exaspera. Imagino que se disgustó conmigo porque ayer la muy pava quiso usarme para probar ella una sopa, me arrimó a sus labios y yo soplé con tanta fuerza que todo el liquido ardiendo cayó sobre esas grandes tetas que asoman por el delantal. No creo que duren mucho. Está claro que a mi cocinero lo que le gustan son las cucharas y espátulas de madera y la verdad la nueva tiene un tacto un tanto desagradable y blandorro.
21 de Octubre
Hace una
días que no tenéis noticias mías. Ya lo sé, pero es que estoy un poco enfadada.
Mi cocinero y María no dejan de discutir y ya no se dan besos ni arrumacos. Por
un lado mejor, porque ya no siento celos de ella. Creo que a su relación le
queda poco.
Por lo que
estoy preocupada es por la nueva. Cada vez está más por la cocina y
muchas veces es la que se encarga de probar los guisos. Menos mal que no me usa
a mí, sino a la nueva de plástico. Qué asco que te chupe con esos labios tan
carnosos y pintados. Y luego casi mete el pecho dentro de las cacerolas de
grandes que los tiene. Mi cocinero sigue
prefiriéndome a mí y aunque ahora solo prueba los platos al final, siempre está
contento y felicita a la nueva. Hoy hasta le ha dado un beso.
1 de Noviembre
Hoy María ha
llegado dando voces a la cocina. Le ha gritado a mi amado cocinero y se ha ido
con un portazo enorme diciendo algo como “¿Es que a los hombres solo os gusta
la silicona?”. No he entendido lo que ha querido decir la verdad. Mi cocinero
se ha sentado un poco serio. Pero se le ha pasado enseguida cuando ha llegado
la pinche.
Todo han
sido sonrisas. Me he enterado que se llama Ana a fuerza de oír la voz de mi
amado repitiendo: “Ana, Ana, Ana, pero Ana......”. Entre tanta risa, se han caído al suelo como
pasaba con María y después de un rato largo y muchos gritos, Ana se ha
levantado colocándose el mandil sobre las tetas que se le habían salido,
supongo que de esas carcajadas tan fuertes que tiene. Después ha dicho que lo
que ha pasado es lo mejor. Y que un cocinero como él, no podía estar en una
cocina tan anticuada y mugrienta como aquella, que tenía grandes planes para el
restaurante.
Nos ha
mirado con cara de asco y ha exclamado: “Por ejemplo, estas cucharas viejas de
madera, son antihigiénicas, hay que cambiarlas por otras más modernas de
silicona·”
Y eso fue lo
último que escuché antes de caer en la oscuridad del cubo donde, tras sacar su
cuchara verde, ha arrojado nuestro cesto con todo el harén de madera.
Ahora
entiendo lo que dijo María.
Yo también odio la silicona.
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