Me sorprendió el sonido del ladrillazo en su cabeza. Fue distinto de las otras veces. Supongo que por la ausencia de pelo. Pero sonó como hueco. Me recordó a mi padre cuando comprobaba la madurez de una sandía en el puesto de la rotonda.
Me dejó tan sorprendida, que no pude evitar arrodillarme y golpear su coronilla calva con los nudillos. Suena como un coco vacío, pensé. Tuve que levantarme rápidamente, el charco de sangre densa se extendía como la lava alrededor de aquella cabeza brillante.
¡Los hombres son tan predecibles!. Solo tienes que decirles que te aprieta el zapato para que se arrodillen delante e intenten tocarte la pantorrilla. Y tienen unas manías. A éste le dio por acariciar el lacito de brillantes entre mis dedos. Creí que me lo arrancaba.
Miré de nuevo a ambos lados del callejón. Todo oscuro y deshabitado. Que incomodidad caminar con tacones por estos callejones empedrados.
Por fin en el camerino. Realmente estos zapatos son terribles. Con estas cintas de brillantes que se clavan en el empeine.
- ¡Ninet!. ¿Puedo pasar? - Es la voz del utillero, tan chismoso como siempre. Primero mete la cabeza y luego pregunta - el productor me envía a por los zapatos. Qué manía tiene con que son muy valiosos y que no se me despisten. ¿Sabes? Han encontrado al duque de San Esteban muerto en el callejón. Hay un lío de policía que ni te cuento. Bueno me voy, a ver de qué me entero.
El gran duque de San Esteban. Un baboso como todos. Otro que ya sabe que "no es no".
- ¡Ninet por Dios!. - Otra vez éste. Que querrá - ¡Ninet! Has perdido el lazo de brillantes del zapato izquierdo.
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